Desde los 16, 17 años, comencé a verme a mí mismo como un mensajero, alguien que tiene una verdad que proteger, una forma de pensar, alguien que está dispuesto a romper con paradigmas.
Actualmente, con las redes sociales es muy fácil compartir un mensaje que sea influyente y llegue a las masas. Es muy interesante cómo se genera la cadena. Puede ser por medio de un RT en Twitter, un me gusta, un compartir o un comentario en Facebook, siendo fan de alguna página, o lo más importante: lograr que una o varias personas lean el mensaje dado, y éstas luego cambien su mentalidad y comiencen a desarrollar otra forma de comportamiento.
A mí siempre me llama la atención y me da intriga como muchas veces publico algo importante en alguna red social y tengo pocos comentarios, pocos RT, pocos likes (“me gusta”), y pareció que pasó desapercibido; incluso hasta de los que considero mis mejores amigos, que espero que ellos comenten o hagan algo para que el sistema de la red social haga más relevante el post y pueda ser visto por más gente; pero lo común es que no pase nada. Aunque, afortunadamente, después te diste cuenta que lograste tu cometido, porque lo que realmente interesa no es tanto el feedback sino el impacto personalizado que puede generar lo que uno transmite…
A lo largo del tiempo he visto como personas que yo consideraba inalcanzables, me han escritos e-mails, me han agregado a alguna red social o me han llamado y hecho, de forma informal (no pública), un reconocimiento, aliento o gratitud hacia algún desarrollo, negocio, obra artística u otra cosa de todos los proyectos que amo llevar a cabo. Y la verdad es que a mí no me gusta alimentar mi ego como otros pretenden; yo lo que quiero es comunicar lo que siento, expresar lo que percibo, dejar un legado, hacer la diferencia.
Poner estupideces en las redes sociales sólo para acumular retroalimentación y popularidad, creo que no es lo mío. Aunque reconozco que a veces lo hago por pura diversión; jaja. Sí, soy ser humano.